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MATOT – MASEI

                Dos son las parashiot que leeremos esta semana, y de esa manera estaremos concluyendo la lectura del cuarto libro de la Torá: Séfer Bemidbar.

            Quiero detenerme en uno de los incidentes que la Torá nos cuenta esta semana. En la víspera de entrar a la tierra prometida, ocurrió algo inesperado para la “comisión directiva”, compuesta por Moshé, Eleazar y los representantes de las tribus. ¿Qué fue lo que sucedió? Los líderes de las tribus de Rubén y Gad habían decidido que no querían cruzar el Jordán sino quedarse en lo que hoy es Jordania, del otro lado del Jordán.

            Entonces encontramos a un Moisés enojado, ya que a él que quería entrar a la tierra no lo dejaron y a estos que sí podían, no quieren.  Moisés entendió que autorizarlos era desmoralizar al pueblo, al punto que las otras tribus también podrían optar por no heredar la tierra y quedarse del otro lado del Jordán.  La solución que encontró “la comisión” fue que todos los hombres de Gad y Rubén crucen el río, peleen las batallas de sus hermanos contra los cananeos y luego, una vez conquistada la tierra, podrían volver y asentarse donde ellos querían.

            Nos ocurre muchas veces como a los líderes de estas dos tribus. Queremos tener proyectos independientes de la mayoría del pueblo, de la comunidad. Aquí aparece una de las grandes lecciones de la Torá y que quiero poner en forma de pregunta: ¿en qué medida nuestros intereses personales son más importantes que los de la mayoría? ¿En qué medida nuestros intereses personales destruyen la identidad colectiva a la que pertenecemos? Cuando aparece este tipo de lucha de intereses, desaparece la unidad, aparece la fragmentación. Lamentablemente en la fragmentación nos alejamos de Dios, que es la unidad.

            La segunda parashá nos cuenta que Moisés hizo lo que la mayoría hacemos cuando estamos por llegar a nuestro destino: echamos una mirada hacia atrás, hacia el pasado, hacia el camino recorrido y nos preguntamos si valió la pena todo lo vivido.  Moisés recordó cada uno de los lugares por los que habían pasado en esta travesía que llevaba ya cuarenta años. La mayoría de los que habían salido, murieron en el desierto. Sólo Josué y Caleb quedaban de los líderes "históricos". Miriam ya había fallecido y en nuestra parashá el pueblo se despide de Arón, el gran sacerdote. Ya todos soñaban con llegar y tener la propia tierra, el techo propio. Todos soñaban con ofrecer a sus hijos una vida estable y no una nómade. Claro está que ni Aarón ni Moisés estarían para verlo. 

            Muchas imágenes pasaron por la mente de Moisés. Recordó el comienzo de todo; lo que había ocurrido hacía ya cuarenta años, cuando en la mañana del 15 de Nisán, habían salido de Ramsés (centro de su esclavitud) hacia el sueño de la libertad. Los egipcios no podían creer que tantas desgracias les habían sobrevenido por causa de la terquedad de Faraón que se opuso a Dios y al pueblo de Israel.  Mientras los egipcios quedaban petrificados emocionalmente por la pérdida de sus hijos primogénitos, el pueblo de Israel ofrecía a sus propios hijos, nada menos que la vida.

            Moisés recordó los momentos difíciles, cuando a falta de agua o de alimento para "los niños del desierto", sus padres conspiraron contra él a causa de la desesperación. Solemos ser muy crueles cuando juzgamos a los hombres y mujeres del desierto. Pero cuando pensamos que había familias con niños, probablemente nuestra perspectiva cambie.

            Pero ahora, sin demasiadas fuerzas (lógico para un hombre que había superado con creces los 100 años) recibió de Dios la misión de fortalecer el ánimo del pueblo y recordarles que la tierra prometida no fluirá leche y miel a menos que ellos se esfuercen en sacar las malezas y trabajarla. Todo vestigio de idolatría autóctona debía ser destruido por completo.

            Tal vez podamos hacer aquí una analogía con nuestra vida. Todos estamos transitando el desierto durante la semana. Cada Shabat entramos en la tierra prometida. Nuestro hogar, nuestra familia, nuestra comunidad, requiere del esfuerzo amoroso y constante de cada uno de nosotros. El objetivo es la unidad, la compasión, la gratitud entre nosotros. El desafiante e ineludible esfuerzo por cultivar estas virtudes, hará que nuestras almas puedan desplegar la luz eterna que mora en nuestro interior y reconocernos, como individuos y como comunidad, como parte de Su luz.

Shabat Shalom

Rav Mariano del Prado



 

MATOT – MASEI

            There are two parashiot that we will read this week, and in this way, we will be concluding the reading of the fourth book of the Torah: Sefer Bemidbar.

         I want to dwell on one of the incidents that the Torah tells us about this week. On the eve of entering the Promised Land, something unexpected happened for the "steering committee," composed of Moshe, Eleazar, and the representatives of the tribes. What happened? The leaders of the tribes of Reuben and Gad had decided not to cross the Jordan River but to stay in what is now Jordan

         Then we find an angry Moses, because while he wasn´t allowed to enter the land, even he wanted to do it, those leaders who could enter the land, they did not want it.  Moses understood that to authorize them was to demoralize the people, to the point that the other tribes could also choose not to inherit the land and stay on the other side of the Jordan.  The solution that "the commission" found was for all of Gad's and Reuben's men to cross the river, fight their brothers' battles against the Canaanites, and then, once the land was conquered, they could return and settle where they wanted.   It happens to us many times as it happened to the leaders of these two tribes. We want to have projects independent of most of the people, of the community. Here is one of the great lessons of the Torah that I want to put in the form of a question: to what extent are our personal interests more important than those of the majority? To what extent do our personal interests destroy the collective identity to which we belong? When this type of struggle of interests appears, unity disappears, fragmentation appears. Unfortunately, in fragmentation we distance ourselves from God, who is unity.

         The second parsha tells us that Moses did what most of us do when we are about to reach our destination: we look back, at the past, at the road traveled and we ask ourselves if everything we have lived through was worth it.  Moses recalled each of the places they had passed through on this journey that had been going on for forty years. Most of those who had gone out died in the desert. Only Joshua and Caleb remained of the "historical" leaders. Miriam had already passed away and in our parsha the people say goodbye to Aaron, the high priest. Everyone dreamed of arriving and having their own land, their own roof. They all dreamed of offering their children a stable life and not a nomadic one. Of course, neither Aaron nor Moses would be around to see it. 

         Many images flashed through Moses' mind. He remembered the beginning of it all; what had happened forty years ago, when on the morning of the 15th of Nisan, they had left Ramesses (the center of their slavery) towards the dream of freedom. The Egyptians could not believe that so many misfortunes had befallen them because of the stubbornness of Pharaoh who opposed God and the people of Israel.  While the Egyptians were emotionally petrified by the loss of their firstborn sons, the people of Israel offered their own children nothing less than life.

         Moses recalled the difficult times, when for lack of water or food for "the children of the desert", his parents conspired against him out of desperation. We are usually very cruel when we judge the men and women of the desert. But when we think that there were families with children, our perspective probably changes.

         But now, without much strength (logical for a man who had far exceeded 100 years of age) he received from God the mission of strengthening the spirit of the people and reminding them that the promised land will not flow milk and honey unless they try to remove the weeds and work it. All vestiges of indigenous idolatry had to be destroyed.

         Perhaps we can make an analogy here with our life. We are all traveling through the desert during the week. Every Shabbat we enter the promised land. Our home, our family, our community, requires the loving and constant effort of each one of us. The goal is unity, compassion, gratitude among us. The challenging and unavoidable effort to cultivate these virtues will enable our souls to unfold the eternal light that dwells within us and recognize us, as individuals and as a community, as part of His light.

Shabbat Shalom

Rav Mariano del Prado


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