“Las paredes y la Gente”
Parashat Trumá, B´nei Israel, 2019
Rabino Darío Feiguin
Parashat Trumá habla de los aportes de cada persona para la construcción del “Mishkán”.
El “Mishkán”, o tabernáculo, era el lugar donde se suponía, moraba la Presencia divina.
De ahí la misma raíz entre Mishkán y Shejiná.
Cada individuo debía aportar lo que le dictara su corazón, y así, juntos, poder encarar la obra.
Este punto, como veremos no es menor, porque serán las personas las depositarias de esa Shejiná, o Presencia Divina.
En este contexto, aparece un versículo que es fundante:
“VEASÚ LI MIKDASH VESHAJANTI BETOJAM”
“Me erigirán un santuario y moraré entre ellos”.
No dice: Me erigirán un Santuario y moraré en él.
Dice: Me erigirán un Santuario, y moraré en ellos.
¿Acaso habrá sido un error?
Dos veces en mi vida fui testigo de la Construcción de una sinagoga.
La primera de ellas fue a mis 15 años, cuando se inauguró la Sinagoga Bet-El en Buenos Aires.
Unos años antes, y poco después de mi Bar Mitzvá, fui testigo del descubrimiento de la Piedra Fundamental, cuando el Rabino y la Junta Directiva le dieron ese honor a mi mamá, no porque era una persona importante, porque no lo era, ni tampoco porque era una buena donante, porque ni siquiera podía pagar las cuotas sociales, sino al revés: porque había quedado viuda con 3 hijos, y el Judaísmo siempre está al lado de los más vulnerables.
En ese momento éstas palabras del libro de Shemot estaban inscriptas en las tarjetas de invitación a la inauguración de esta sinagoga:
“VEASÚ LI MIKDASH VESHAJANTI BETOJAM”
“Me erigirán un santuario y moraré entre ellos”.
Porque Dios no reside en las paredes. Porque las paredes no piensan ni sienten. Las paredes no tienen vida.
Dios tal vez, se haga presente de vez en cuando, dentro de nosotros mismos, si es que queremos escucharlo, si es que estamos preparados para sentir Su Presencia.
El amor que sentimos por un edificio no tiene nada que ver con el cemento con el que está construido. No son las ventanas por donde se asoma el Sol en los servicios matutinos y se ve la Menorá reflejada en la pared a partir de las amarillentas luces de la calle cuando nos juntamos para el Kabalat Shabat.
El amor que sentimos no es por el espacio, sino por el Tiempo, por la Historia, por los momentos que hacen de un espacio, un lugar en donde juntos, a veces, encontramos algo de Santidad, algo de profunda belleza, algo de verdadera humanidad.
La segunda vez que participé de la inauguración de una sinagoga, fue en 2004, ya como protagonista, cuando inauguramos la Sinagoga de la Comunidad Amijai, también en Buenos Aires.
Habiendo sido fundadores de la Comunidad, ese fue un momento mágico e inolvidable.
También un par de años antes, habíamos descubierto la Piedra Fundamental, que era una pequeña roca que traje de Israel, de la base del Monte Sinai en el desierto.
En la entrada de la Sinagoga, hice poner este mismo versículo de Parashat Trumá:
“VEASÚ LI MIKDASH VESHAJANTI BETOJAM”
“Me erigirán un santuario y moraré entre ellos”.
La idea de que la Santidad no está en las paredes sino en la gente, tenía que quedar bien clara.
El concepto de que es el tiempo y no el espacio lo que es santificado, son los momentos y no las cosas lo que realmente trascienden, tenía que ser el mensaje.
Moraré entre ellos, dice Dios, entre los que además de respirar y comer, tienen vida. Entre los que además de trabajar o estudiar, tienen esperanza.
Moraré entre quienes todavía pueden soñar, entre quienes se proyectan más allá de la Realidad hacia la dimensión de lo ideal.
Moraré entre quienes se nutren del recuerdo pasado, pero no quedan petrificados allá, sino que el pasado los inspira para diseñar proyectos del futuro.
Nunca es tiempo de dejar de crecer.
Nunca es tarde para construir, no sólo edificios, sino espacios sagrados a los cuales invitar a la misma Shejiná a participar. No son las piedras, sino los corazones de cada uno de nosotros los que pueden posibilitar esta Presencia Divina, si participemos nosotros mismos de esa construcción, con amor, con pasión, con humildad, con sensibilidad.
Abraham Joshua Heschel, el Rabino de mi Rabino, y en cuya memoria fue levantada la sinagoga de Bet-El en Buenos , decía que “solamente ser es una bendición”, solamente vivir es sagrado”.
“VEASÚ LI MIKDASH VESHAJANTI BETOJAM”
“Me erigirán un santuario y moraré entre ellos”.
Construyamos un santuario para ser, y para vivir una vida plena.
Sólo así será posible seguir haciendo de este lugar y de cualquier lugar, una bendición y una vertiente de Santidad.
“Walls and People”
Parashah Terumah, B'nei Israel, 2019
Rabbi Darío Feiguin
Parashah Terumah discusses the contributions made by each person to the construction of the Mishkan. The Mishkan, or tabernacle, was the place of dwelling of the divine presence of G-d. That is why Mishkan and Shekhinah share the same root.
Every individual had to provide what the heart dictated, and thus, cope together with the work at hand. This, as we will see, is not a minor issue because the people will be the depositaries of that Shekhinah, or divine presence.
In this context, a founding verse appears:
“VeAsu Li Mikdash VeShachanti BeTocham”.
“They shall make Me a sanctuary, and I will dwell among them.”
It does not say: “They shall make Me a sanctuary, and I will dwell in it.” It says instead: “They shall make Me a sanctuary, and I will dwell among them.”
Could this be a mistake?
I have witnessed the construction of a synagogue twice in my life. The first time I was 15 years-old when Bet-El Synagogue was inaugurated in Buenos Aires. A few years earlier, shortly after my Bar-Mitzvah, I witnessed the laying of the foundation stone, when the Rabbi and the Board of Directors gave that honor to my mother, not because she was an important person (she was not) or a powerful donor (she could not even pay the fees). It was the other way around. She had become a widow with 3 children, and Judaism always stands with the most vulnerable. At that time, these words from the Book of Shemot were printed on the invitations to the inauguration of the synagogue:
“VeAsu Li Mikdash VeShachanti BeTocham”.
“They shall make Me a sanctuary, and I will dwell among them.”
G-d does not reside in the walls. Walls do not think or feel; walls are not alive.
G-d may be present from time to time within us, if we allow ourselves to listen to Him, if we are prepared to feel His presence. The love we feel for a building has nothing to do with the cement used to build it. It has nothing to do with the windows from where we see the sun rise during the morning services or the reflection of the Menorah on the wall from the yellow street lights when we gather for Kabbalat Shabbat.
We feel love not for the space itself, but rather for the time, the history, the moments that create a space, a place where together we may find some Holiness, some profound beauty, some true humanity. The second time I took part in the inauguration of a synagogue was in 2004, this time as a protagonist, when we opened the Amichai Community Synagogue, also in Buenos Aires. As founders of the community, we lived a magical and unforgettable moment. A couple of years earlier, we had also laid the foundation stone, which was a small rock that I had brought from Israel, from the base of Mount Sinai in the desert.
At the entrance of the synagogue, I had the same verse from Parashah Terumah inscribed:
“VeAsu Li Mikdash VeShachanti BeTocham”.
“They shall make Me a sanctuary, and I will dwell among them.”
The idea that Holiness is not found on walls but rather within people had to be clear. The message I wanted to deliver was that time –not space– is sanctified; moments –not things– are what really transcends.
I shall dwell among them, says G-d, among those who, besides breathing and eating, have life, among those who, in addition to working or studying, are hopeful. I shall dwell among those who can still dream, among those who project themselves beyond reality into the dimension of the ideal. I shall dwell among those who are nurtured by past memories but do not linger; instead, the past inspires them to design future projects. It is never a good time to stop growing. It is never too late to build, not only structures, but also sacred places to bring in the Shekhinah. It is our hearts, and not the stones, that invite this divine presence into our lives if we are actively involved in this construction through love, passion, humility, and sensitivity.
Abraham Joshua Heschel, my Rabbi’s Rabbi, and in whose memory Bet-El Synagogue in Buenos Aires was erected, used to say: “Just being is a blessing; just living is sacred”.
“VeAsu Li Mikdash VeShachanti BeTocham”. "They will erect me a sanctuary and I will dwell among them."
Let's build a sanctuary to be and to live a full life. Only in this way will it be possible to continue to make of this place, and of any place for that matter, a blessing and a source of Holiness.
Translated by: Helga Kuhlman
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