Las Tribulaciones de Akiva Shtisel
Parashat Ki Tisá, B´nei Israel, 2019
Rabino Darío Feiguin
La Parashá de esta semana, Ki Tisá, nos confronta ante uno de los momentos más dramáticos de la travesía de B´nei Israel por el desierto. Me estoy refiriendo al traumático episodio del Becerro de Oro.
Después del tremendo evento de la Revelación en Sinai, Moshé tarda en bajar de la montaña, y los Hijos de Israel le piden a Aharón construir una expresión de la divinidad que se pueda ver y tocar. Todos colaboran con oro hasta que sobraba. Hacen el Becerro, y se ponen a bailar alrededor de él, diciendo: ¡Este es tu Dios, Israel!
Cuando Moshé por fin desciende y ve lo que estaba pasando, se enfurece y rompe las tablas en las que estaban escritas las palabras divinas. Tiene que volver a subir otros 40 días para traer unas nuevas.
El relato es interesante, y nos habla de las idolatrías, de lo verdadero y lo accesorio, de lo esencial y lo secundario, de lo que realmente importa y lo que sólo sirve para preservar el stablishment o como instrumento de poder.
Para muchos de los que vieron o estamos viendo la serie israelí “Shtisel”, estas preguntas adquieren una dimensión no sólo actual, sino también se relacionan directamente con la pregunta sobre qué tipo de Judaísmo es el que queremos vivir.
Akiva Shtisel es el hijo menor de una familia jaredí de Meá Shearim, el barrio más ultraortodoxo de Yerushaláim. Su vida está siendo tironeada por una serie de tensiones que, a mi entender, responden a estas dos dimensiones aparentemente enfrentadas: la de la religiosidad por un lado, y la de la idolatría por el otro.
Permítanme referirme a tres ejemplos.
El primero tiene que ver con la cosmovisión de su padre, Shulem Shtisel, y su entorno jaredí, donde las peot (patillas), los sombreros que cubren el pelo de las mujeres casadas, y la infinidad de elementos, detalles y costumbres, nos hacen replantearnos sobre la más esencial pregunta de toda religión: ¿Qué es lo que Dios quiere de nosotros? ¿Acaso lo más importante es que usemos un sombrero arriba de una kipá o que seamos sensibles, bondadosos, dadores, humanos?
Hay una tensión entre lo que está escrito y es reinterpretado una y otra vez de mil y una formas como voluntad divina, y las actitudes mentirosas, manipuladoras, y hasta idólatras de quienes en última instancia, no somos más que seres humanos, llenos de defectos, y algunas virtudes.
El segundo ejemplo es la tensión entre los mandatos y la vocación. ¿Cómo hacer para cumplir el mandato bíblico de honrar a padres y madres, pero al mismo tiempo honrarse a uno mismo, reconociendo la vocación personal, y el regalo divino, único e irrepetible que Dios nos dio a cada uno?
Akiva Shtisel tiene un don innato: dibuja y pinta. Justo lo visual, aquello contra lo cual la tradición bíblica luchó y combatió. No hacer imágenes humanas, porque eso es idolatría.
Pero obligar a los hijos a ser lo que uno quisiera y a veces no puede, ¿no es una especie de idolatría?
¿Por qué no se le permitió a Tzvi Arie Shtisel, el hermano mayor, transformarse en cantante?
¿No hay una idolatría en los mandatos, cuyo propósito sea tal vez, la preservación del statu quo, en detrimento de la libertad de ser uno mismo?
Hay una serie de tribulaciones, de idas y vueltas, con muchos ejemplos más, que no quiero contar; primero, porque no quiero quitarles la sorpresa a aquellos que todavía no vieron la serie, pero principalmente, porque no agregan más que nuevas preguntas a la difícil tarea de transitar por la vida entre uno mismo y su lugar de pertenencia.
¿Cómo ser uno mismo y al mismo tiempo cómo trascender a uno mismo hacia un espacio más abarcativo y trascendente? ¿Cómo encontrar lo único e irrepetible que cada uno trae, y saber compartirlo? ¿Cómo aceptar las diferencias? ¿Cómo no imponer las ideas y prejuicios propios?
El tercer ejemplo es la tensión entre lo que conviene y lo que amo. Es aquí donde, a mi juicio, la serie adquiere su punto más sublime. Al fin de cuentas, incluso los jaredim de Meá Shearim son seres humanos, con miedos, con vergüenzas, con fantasías, y con la imperiosa necesidad de amar.
Es en este punto donde la serie se define hacia el lado más puro y más humano: el del amor verdadero.
Las idolatrías en las que caemos pueden ser muchas, muy variadas, y de diferentes estilos.
Todas se caracterizan por quedarse con la cáscara y desechar la pulpa.
Lo que debemos hacer, para no creer en becerros de oro, es redescubrir una y otra vez, dónde están nuestras prioridades, dónde está nuestra esencia, dónde estamos nosotros mismos.
Como dicen los Jasidim:
Haolam Kuló Guesher Tzar Meód
Todo el Mundo es como un puente muy angosto
Vehaikár, lo lefajed klal
Lo esencial, es no temer.
Lo esencial es, a pesar de las tensiones, intentar hacer equilibrio y animarse a vivir.
The Tribulations of Akiva Shtisel
Parashat Ki Tisá, B´nei Israel, 2019
Rabino Darío Feiguin
This week's Parsha, Ki Tisá, confronts us with one of the most dramatic moments of b'nei Israel's journey through the desert. I am referring to the traumatic episode of the Golden Calf.
After the tremendous events of the Revelation at Sinai, Moshe is slow to come down from the mountain, and the children of Israel ask Aaron to build an expression of divinity that can be seen and touched. All collaborate with gold until it was left over. They make the Calf, and they dance around it, saying: This is your God, Israel!
When Moshe finally descends and sees what was happening, he gets angry and breaks the tablets on which the divine words were written. He has to go back up another 40 days to bring new ones.
The story is interesting, and tells us about idolatries, the truly important and the incidental, the essential and the secondary, what really matters and what only serves to preserve the establishment or as an instrument of power.
For many of those who saw or are watching the Israeli series "Shtisel", these questions take on a dimension that is not only current, but also directly related to the question about what kind of Judaism we want to live.
Akiva Shtisel is the youngest son of a Haredi family of Mera Shearim, the most ultra-Orthodox neighborhood of Jerusalem. His life is being pulled by a series of tensions that, in my opinion, respond to these two apparently opposite dimensions: that of religiosity on the one hand, and that of idolatry on the other.
Allow me to refer to three examples.
The first has to do with the worldview of his father, Shulem Shtisel, and his Haredí environment, where the peot (sideburns), the wigs that cover the hair of married women, and the infinite number of elements, details and customs, that make us rethink about the most essential question of all religions: What does God want from us?
Is the most important thing that we wear a hat on top of a kipa? or that we are sensitive, kind, giving, human?
There is a tension between what is written and what is reinterpreted again and again in a thousand and one ways as divine will, and the lying, manipulative, and even idolatrous attitudes of those who ultimately are no more than human beings, full of flaws , and some virtues.
The second example is the tension between mandates and vocation. How can we fulfill the biblical mandate to honor fathers and mothers, but at the same time honor ourselves by recognizing one’s own personal calling, and the divine, unique and unrepeatable gift that God gave to each one of us?
Akiva Shtisel has an innate gift: draw and paint. Just the visual, that against which the biblical tradition fought and fought. Do not make human images, because that is idolatry.
But to force children to be what you want them to be, and sometimes you can not, is not this in itself a kind of idolatry?
Why wasn’t Tzvi Arie Shtisel, the older brother, allowed to become a singer?
Is there not an idolatry in the demands of the customs, whose purpose is, perhaps, the preservation of the status quo to the detriment of the freedom to be oneself?
There is a series of tribulations, of twists and turns, with many more examples, that I do not want to tell; first, because I do not want to take away the surprise from those who have not yet seen the series, but mainly, because they do not add more than new questions to the difficult task of moving through life between oneself and one's place of belonging.
How to be oneself and at the same time how to transcend oneself to a more transcendent and comprehensive space? How to find the unique and unrepeatable that each one brings, and know how to share it? How to accept the differences? How not to impose one's own ideas and prejudices?
The third example is the tension between what is good and what I love. This is where, in my opinion, the series acquires its most sublime point. In the end, even the Haredim of Me'a Shearim are human beings, with fears, with shame, with fantasies, and with the imperious need to love.
It is at this point that the series is defined towards the purest and most human side: that of true love.
The idolatries in which we fall can be many, varied, and of different styles.
All are characterized by focusing on the outer layers – focusing on the skin of the fruit and discard the pulp.
What we must do, not to believe in golden calves, is to rediscover again and again, where our priorities are, where our essence is, where we are ourselves.
As the Chassidim say: Haolam Kuló Guesher Tzar Meód
The whole world is like a very narrow bridge
Vehaikár, the lefajed klal
The essential thing is not to fear.
The essential thing is, despite the tensions, to try to balance and live.
Translated by Jonathan Hops
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